viernes, 11 de julio de 2014

Torres Villarroel también fue sacristán de Macotera


Eutimio Cuesta
Viernes, 11 de julio de 2014

Nos preguntamos: ¿Quién es ese personaje, para que nos sintamos tan orgullosos de que fuese sacristán de Macotera durante veinte años? Les respondo: don Diego Torres Villarroel fue un escritor salmantino, uno de los personajes más famosos del siglo XVIII. Desempeñó los más variados oficios: ermitaño, soldado, médico, torero, brujo, catedrático de Universidad, sacerdote...Adquirió una gran notoriedad como adivino, pues predijo la muerte de Luis I, hijo de Felipe V de Anjou, que, a los siete meses de reinado de España, falleció como consecuencia de unas viruelas. Este acierto le proporcionó gran popularidad. La condesa de Arcos le encargó la expulsión de los duendes de su palacio, hecho que certifica hasta qué punto la superstición había penetrado en la sociedad española. Ganó la cátedra de Matemáticas de nuestra Universidad. A los 52 años, se ordenó sacerdote, parece ser que, en ese momento, le entró el conocimiento, o sea, que sentó la cabeza. Tuvo muy buenos amigos dentro de la aristocracia, y, entre ellos, se encontraba su protectora la duquesa de Alba, doña Mª Teresa de Toledo y Haro, quien influyó para que el Obispado de Salamanca le concediese la sacristía de Macotera en propiedad y por vida. Todo un chollo en aquellos tiempos.  Pero el flamante sacristán, Diego Torres Villarroel, no tenía tiempo ni ganas de ejercer de sacristán; a él sólo le interesaba el dinero que le reportaba el cargo, y nada más. Por esta desafección al oficio,  se ve forzado a delegar las funciones de sacristán en otra persona. No le fue difícil encontrarla. Habló con Pablo Sánchez, un hombre de 68 años, viudo, con dos hijos pequeños, quien no puso obstáculos a la propuesta. Le ofreció 1.258 reales por el arrendamiento, cantidad nada desdeñable en aquellos tiempos; además, recibía una prima de 142 reales y cuatro fanegas de trigo del Ayuntamiento por cantar las misas por los buenos temporales, y  tocar a rogativas y a nublados; pero Pablo Sánchez exigió al cura que le pusiese un ayudante, sobre todo, los domingos y días festivos, pues, durante esas fechas, había mucha tarea. Se contrató a Faustino Sánchez, jornalero, de 23 años, casado y con dos chavalines, por 200 reales anuales. La sacristía de Macotera se sostenía con lo que se recolectaba del derecho de Primicias, que, en el siglo XVIII, se cifraba en 77 fanegas de trigo, 30 de centeno, 31 de cebada, 25 de algarrobas, 11 de garbanzos y 125 cántaros de mosto. Esta partida se dividía en sesenta partes, y, a la sacristía, le correspondían cuarenta, o sea, el 66%.  Torres Viliarroel, en su biografía, dice: “Me ayudan a llevar la salud y la alegría dos mil ducados de renta, que cobro de cinco posesiones felizmente seguras […] La primera está situada en la sacristía de Macotera, cuya dádiva debí a la  piedad de la excelentísima señora; la segunda, un beneficio simple en la Puente del Congosto, cuya prestación me concedió el excelentísimo señor duque de Huéscar; la tercera,otra sacristía, que me coló en Estepona el eminentísimo señor Cardenal de Molina, y las dos que faltan, dos administraciones de los estados que tienen en esta tierra el excelentísimo señor conde de Miranda y duque de Peñalara y el señor marqués de Coquilla, conde de Gramedo; y unas añadurías: mi cátedra y otros cortezones y migajas que me acarrean mis calendarios y mis prosas”.  Actualmente, de protegidos como don Diego, están las instituciones llenas, pero “tú dame pan y llámame tonto”.

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